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Felipe IV, el galán de monjas

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sanplacido Felipe IV, el galán de monjasYa referí en otro momento la historia del proceso inquisitorial que aconteció en el Convento de San Plácido. Desde que se dio lugar la posesión diabólica de sus monjas y la acusación de iluminista de su confesor, el convento adquirió una leyenda negra que fue incrementándose con multitud de sucesos y leyendas.

Una de las historias que se cuentan que sucedió entre sus paredes apunta directamente al Rey Felipe IV como protagonista de una de sus muchas aventuras galantes.

La historia comienza cuando el protonotario Jerónimo de Villanueva, patrono del convento y amigo íntimo del Conde-Duque Olivares ensalzó un día ante el Rey la inmensa belleza de una de las monjas del convento, llamada Sor Margarita de la Cruz. El Rey poeta, dado a los actos galantes vio picada su curiosidad y pidió conocer a esa beldad. Para ello se hizo conducir disfrazado hasta el locutorio de San Plácido, donde quedó prendado de la joven monja. Esta posesión febril le hizo convertirse en un asiduo visitante de la comunidad, pero no contento con eso, el monarca expuso a sus confidentes el deseo de poder ver a solas a la beata. El Conde-Duque con la ayuda de Villanueva, quien vivía en una casa contigua al convento, idearon un plan para introducir al apasionado amante hasta los brazos de la novicia.

felipeivpasmado Felipe IV, el galán de monjasLa casa del protonotario comunicaba con el sagrado recinto a través de una galería destinada a guardar carbón. Sor Margarita, conocedora de los requerimientos del Rey y angustiada por el sacrilegio en el que iba a incurrir, buscó la ayuda de la abadesa Teresa de Silva. La abadesa acudió ante los nobles para que hicieran desistir del pecado al Rey, pero ellos no querían oponerse a los deseos del soberano, por lo que doña Teresa forjó una trama propia de una comedia de teatro para salvar la virtud de Sor Margarita sin ofender al Monarca. En la propia celda de la monja colocó un ataúd con la desdichada Margarita en su interior, amortajada y con una cruz entre las manos, sobre un catafalco entre fúnebres blandones y otros signos de duelo. A la hora establecida don Jerónimo recorrió el pasadizo hasta el convento, donde descubrió el imponente espectáculo, dando aviso al Rey, quien desconcertado no se atrevió a seguir adelante.

La priora creyó haber salvado la honra de su novicia, pero su engaño no duró mucho tiempo, viéndose obligada por el Conde-Duque a dar paso libre al Rey, quien entró como conquistador en el convento, consumando sus deseos con la monja. Pero aquel devaneo real no quedó oculto. Fue el propio confesor de Felipe IV, el Inquisidor General Antonio de Sotomayor quien abrió proceso contra este horrible sacrilegio. A pesar de su impulso inicial, el Santo Oficio solo descargó las culpas contra el menos poderoso de lso protagonistas, don Jerónimo de Villanueva, quien fue llevado a la cárel inquisitorial de Toledo el 30 de agosto de 1644.

Temeroso el valido de que el escándalo tuviera aún mayor transcendencia visitó al confesor una noche y sin comentarios le dio a elegir entre dos decretos del Rey: el uno le otorgaba 12.000 ducados de renta a cambio de renunciar a su cargo y volver a su ciudad natal, Córdoba, mientras que el otro le desterraba de España en el plazo de 1 día, siendo además incautadas todas sus posesiones. Ni que decir tiene que el inquisidor eligió la primera opción. Olivares envió despachos al pontífice Urbano VIII para parar el proceso abierto por la Inquisición. El Papa así lo hizo remitiendo el Consejo de la Inquisición los informes de lo sucedido a través de su notario Alfonso de Paredes en persona. Pero Olivares mandó instrucciones a los embajadores españoles de Génova y Roma para que prendieran secretamente al mensajero antes de que llegara ante la presencia del Papa. Se le incautaron los papeles que se remitieron vía Nápoles a Madrid, mientras Paredes era preso en Génova durante 20 años. La arquilla sellada fue remitida por el virrey de Nápoles al Conde-Duque, el cual quemó en persona los papeles que contenía en la chimenea de la cámara del Rey.

En cuanto a Villanueva permaneció más de 2 años en la cárcel de Toledo, acusado de iluminismo, consultas demoníacas, y partícipe del anterior proceso de posesión diabólica. Sin embargo el pleito contra él fue resuelto con cierta intercesión real lo que acabó con su absolución completa a condición de que ayunase los viernes durante un año, no volviese al convento de San Plácido ni se comunicase con sus monjas y a entregar una limosna de 2.000 ducados. Quedó pues en libertad, si bien fue expulsado de Castilla, a la que no volvió jamás, pasando sus últimos días en Zaragoza.

De este historia popular poco puede señalarse como cierto, exceptuando el proceso a Villanueva. El caso volvió a ser comidilla de los mentideros y entre otras leyendas, ésta se ramificó en otras tantas leyendas. Una de ellas habla de cierto reloj que el Rey regaló a la abadesa del convento en conmemoración a su artificio fúnebre creado para salvaguardar a su novicia, dicho reloj doblaba a muerto cada cuarto de hora, habiendo sonado todos los días hasta la muerte de Sor Margarita, según cuentan las leyendas, habiendo sobrevivido el reloj a la propia historia hasta al reforma del convento en 1903.

cristocrucificado Felipe IV, el galán de monjasOtro de los objetos salpicados por esta leyenda es el famoso cuadro del Cristo Yacente de Diego de Silva y Velazquez que hoy puede admirarse en el Museo del Prado. Originariamente la pintura se encontraba en la sacristía del convento desde 1632 y según se dice fue un regalo del Rey como muestra de arrepentimiento o conmemoración de su desliz galante en lugar sagrado. También la leyenda señala al propio Villanueva como el mecenas que encargó y regaló el cuadro, ya fuera como penitencia por el proceso de posesión diabólica acaecido en el convento o como acto de desagravio por las injurias que había recibido un crucifijo en casa de unos judíos portugueses en 1630. En cualquier caso la historia del éste convento y de sus objetos, así como de quienes lo habitaron marcaron la tradición legendaria de la sociedad de su época.


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